El reactor 5616 BC se enciende entre llamas para propulsarse hacia la atmósfera a toda velocidad. Se acerca su puesta en órbita. En la cabina, el tiempo pasa lentamente, como si tuviese que colgarse de las estrellas. En los años sesenta, el clasicismo se adentró en otra dimensión gracias a un diseño que se inspiraba en un más allá mil veces imaginado. Este reloj de bolsillo apodado «platillo volante» era una de las naves que exploraba una nueva visión de la Haute Horlogerie. Adelantado, singular, inesperado.

Antes que nada, las líneas. Puras, circulares, tensas. Luego, la esfera. Clásica, académica, rigurosa. Estamos a principios de la década de 1960, más concretamente en 1962, la fecha en que el modelo fue primero concebido y luego vendido en Sautter, uno de los distribuidores de la Manufactura en el cantón del Tesino. Todo era posible. En Estados Unidos, los automóviles eran naves espaciales que volaban sobre cuatro ruedas. En Europa, llegaba la hora de la emancipación.

La ola progresista avanzaba con el viento a favor. En Audemars Piguet, las influencias futuristas también penetraron en los espíritus. Fue así como nació el modelo 5616 BC, tras la estela de los relojes «discovolante» (platillo volante) que venían teniendo cierto éxito ya desde los años 50. En la época resultaba habitual la producción de series, si bien con frecuencia el número de piezas por serie se podía contar con los dedos de una mano. El imaginario de la ciencia ficción se puso al servicio de una renovación idealizada. Había que romper las cadenas. En plena edad de oro del diseño, la tensión entre el vanguardismo de la caja y el clasicismo extremo de la esfera redibujaron los perfiles de un nuevo academicismo relojero

Este reloj de bolsillo de diseño intergaláctico –con 43 mm de diámetro y solo 37,29 gramos de peso– hace honor a su nombre. Su bisel externo de gran tamaño hecho de oro blanco parece una hoja virgen de metal sobre la que el relojero ha ejercido el complejo arte del satinado «traits tirés» y el cerclado. Se trata de un modelo suntuoso, ideal para las grandes veladas. El motor se esbozó en Le Coultre, en la vecina localidad de Le Sentier. Luego Audemars Piguet acabó, ensambló y ajustó el calibre extraplano 2003, de solo 1,64 mm de grosor. Lleva grabado el número único 84135. La esfera deslumbra gracias a su oro lacado con efecto mate, sus 22 mm de diámetro, sus índices aplicados y sus agujas de oro blanco. El cristal fue concebido con la forma de burbuja de los cristales de cabina de piloto. El bisel viene engastado con 45 zafiros de 1,3 mm de diámetro que suman 0,45 quilates. Las ansias de modernidad se envuelven de un estricto conservadurismo técnico. ¿Hacen falta más pruebas? La argolla en forma de llama remite a las volutas que escupe un reactor sideral en fusión y la corona de remontuar se propulsa fuera de la caja como una ojiva de cohete. El modelo 5616 también existe en una versión no engastada y esqueleto. Más que un reloj elegante, se trata de un verdadero ovni.

— Por Paul Miquel

Reloj «discovolante» con bisel de oro blanco sumamente ancho en forma de platillo volante

El modelo 5616 BC se inscribe en la línea de los relojes «discovolante» tan apreciados en la década de 1950. Su bisel externo de gran tamaño hecho de oro gris emula el fuselado de un platillo volante. Una pieza pomposa, para las grandes veladas.